Un día otoñal, llegó a la ciudad una alegre castañera muy particular.
Con su cesta repleta de castañas en la plaza buscó un lugar
y allí solitaria empezó sus castañas a asar.
Un olorcillo sublime pululaba en el ambiente.
y, atraída por él, pronto acudió la gente.
¡Era genial!
Dicharachera castañera que con su arte a todos anonadaba.
Lanzaba las castañas al aire, las recogía sin mirar
al mismo tiempo que, a modo de trovador, recitaba:
“Recogí castañas en el castañar
y aquí estoy asándolas para dáoslas a probar.
¡Vendo castañas, castañas asadas
para hoy, para mañana y para toda la semana!
¡Compradme cucuruchos de castañas
y vuestra vida será más sana!”
