
Encontré una lombriz,
salió del interior de la tierra.
La cogí con mucho cuidado y
la puse sobre las palmas de mis manos.
Serpenteaba como podía:
¡Hilito marrón, blando y anillado!
Al verse descubierta,
intentaba sin éxito,
ocultarse entre los dedos.
¡No quería que la comieran!
Era tal su impotencia que,
de repente,
decidió quedarse quieta.
¡Me asusté de su imprudencia!
Con gran decisión llevé al pequeño anélido
hasta un lugar seguro:
Una fértil y húmeda tierra.
¡Garantía de vida perpetua!
No sé qué fue de la lombríz
desde que la liberé
jamás la volví a ver.
¡Certero destino el suyo!
